miércoles, 2 de mayo de 2012

Cuento realista

              Próximamente comenzaremos a trabajar con los cuentos realistas y esta me pareció una buena ocasión para compartir contigo el cuento de Eduardo Wilde "El poder de la imaginación", sobretodo por la reflexión final, muy acorde a lo que vivimos en esta época actual, acerca del poder de los medios de comunicación.
                    Te invito a leerlo y a que conversemos en clase acerca del tema que plantea.

El poder de la imaginación

              En una aldea de España había una señora, madre de un muchacho muy travieso y dueña de una imaginación que habría servido de modelo al filósofo que llamó a esa facultad, la loca de la casa.
              La señora de la que habla el párrafo anterior era medianamente feliz por lo que dependía de la materialidad de la vida pero se hallaba continuamente mortificada por las cavilaciones que la asaltaban y la grandísima facilidad que tenía para llegar a las mayores exageraciones, partiendo de los sucesos más insignificantes.
              Una vez, por ejemplo, su hijo, el muchacho travieso, se había comido un bollo sin pedirlo a su mamá; ésta lo advirtió y tomando una actitud trágica y al muchacho por un brazo, lo llevó al rincón más oscuro de la casa para reprenderlo.
              "¿Sabes lo que has hecho?", le dijo; "has cometido un robo y quizá ignoras que este crimen es penado severamente por las leyes de España".
              El muchacho, chiquilín de diez años a lo más, abría tamaños ojos y quizá en ese momento cruzó por su cabeza la idea de que a su pobre madre se le iban a quedar definitivamente vacíos los aposentos del cerebro.
              Pero ella, que ya había dado toda la cuerda necesaria a su imaginación, continuó su discurso en esa forma:
              "¡Un robo, un robo a tu edad! ¡Qué diría tu padre, él que era tan honrado y que te dejó en la orfandad, pobre, por sólo su honradez! ¡Qué diría él si supiera que tiene un hijo que desde tan tierna edad comienza a cometer crímenes de esta especie!"
              "Hoy es un bollo que tomas de la alacena, aunque sea en tu propia casa; mañana será una gallina que tomarás en el corral ajeno; tendrás que saltar las paredes; te perseguirán como a un ladrón; si te alcanzan te llevarán preso; si consigues escaparte te sentirás alentado para proseguir con tu carrera del crimen; ya no te contentarás con robar pequeños objetos; te volverás ambicioso; querrás fortuna e irás a buscarla en las casa de los ricos y como en las casa de los ricos no se entra sin dificultad, tendrás que buscar el amparo delas sombras de la noche para forzar las puertas y perpetrar tu crimen. Si hay quien se oponga a tus pasos, añadirás el asesinato al robo; el puñal de que irás armado se clavará en el pecho de tus semejantes indefensos; serás un asesino; un asesino ladrón; caerás en manos de la justicia; te meterán en un calabozo, allí te iré a ver, no me dejarán hablarte, lloraré a la puerta noche y día y cuando te saquen para ahorcarte en la plaza pública, yo correré como una loca por esas calles, gritando: ¡matan a mi hijo!, y te veré subir al patíbulo y asistiré a tu agonía y a tu muerte, con el corazón destrozado; los hombre malos dejarán tu cadáver tirado en el suelo y yo tendré que ir a pedir por caridad  que te entierren y el cura no querrá dar licencia para que te entierren en sagrado porque serás el cadáver de un ajusticiado y yo tendré que llorar, que suplicar que desesperarme y nadie me hará caso y mi hijo será enterrado como un perro, fuera del cementerio... ¡Ay! Mi hijo querido, hijo de mi corazón, que ni en sagrado me lo quisieron enterrar... Voy ahora mismo, voy que vuelo a casa del cura, a pedir por la Virgen, por lo que más quiera en este mundo, que me dé una licencia para sepultar al hijo de mis entrañas al lado de su padre..."
               Y diciendo y haciendo, toda despavorida y con la angustia en el pecho y la desesperación en el alma, tomó su rebozo y salió a la calle como una loca, en busca de la licencia del cura para enterrar a su hijo en sagrado, por haberse comido un bollo.
               Algo más hace todavía. En muchas de sus elucubraciones ni el bollo que se comió el muchacho existe siquiera; no hay tal bollo.
                                                                                        Eduardo Wilde

No hay comentarios:

Publicar un comentario